"...no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves..."
Mario Benedetti
El viejo editor, Don Samuel Oropeza, charlaba con Juan Sánchez, un
escritor de reconocida trayectoria, pragmático, conocedor del
oficio, quizá no tenía una sola frase para recordar en la veintena
de libros que había publicado, pero sus historias vendían, y eso
era importante para su amigo. Llevaban media botella de vino chileno
y media cajetilla de cigarros. Así lo hacían una vez por semana.
En eso, sonó la
campanilla de la puerta de la famosa Editorial Ulises que había
fundado el abuelo de Don Samuel. Vieron aparecer a Otón Rivas, un
modesto escritor que no era tan prolífico como Juan Sánchez pero
que de vez en cuando había escrito algunas cosas interesantes y Don
Samuel veía en él la promesa de que en cualquier momento escribiera
algo importante.
- Ahh, ahí viene
ese pendejo, dijo Juan Sánchez.
Seguro que otra vez
lo dejó alguna mujer y ha escrito de nuevo acerca de sus tristezas y
sus cuitas. Cómo me dan ganas de vomitar al ver a estos pinches románticos.
- Shhhhttt, le dijo
el editor. Se puso de pie esperando que Otón se acercara y le
saludó.
- Qué tal estás
Otón, tanto tiempo de no verte.
Juan Sánchez solo levantó la mano
como un saludo, sin pararse.
- Estoy bien, Don
Samuel. Un “estoy bien” que por la mirada y la postura del cuerpo
quería decir que nada iba bien. Así lo leyeron los dos hombres.
He venido a dejarle
unos escritos. Quizá se pueda construir un poemario. Ya luego me
dice qué le quito o le cambio y si vale la pena o no. No le quito
más el tiempo.
- Claro Otón, los
reviso y te aviso. Que todo vaya mejor.
Otón dio media
vuelta y salió de esa oficina.
Juan Sánchez le dio
un sorbo a su vaso de vino y luego le dijo a Don Samuel:
- Te lo dije, a ese
güey lo tiene que dejar una mujer para que le venga la inspiración.
A leguas se ve que anda de la fregada.
- Ya está bien, que
no es bueno hablar de los que no están presentes. Y te diré algo.
Tus libros y los de la mayoría de tus colegas son los que nos han
sostenido estos últimos veinte años, pero lo que escriben unos
pocos como Otón Rivas, así se estén muriendo por las tristezas,
son la única razón por la que sigo siendo editor. Ya no es el
dinero el que me mantiene aquí, es la posibilidad de leer algo y
conmoverme, y eso es lo que hace Otón cada que hace un escrito. Sus
lectores no son los miles que tú tienes, pero los pocos que lo
siguen, son tocados en sus entrañas por lo que escribe y finalmente,
eso es lo que cada libro debería hacer.
- Naaaaa, dijo Juan
Sánchez, mientras se bebía el resto de vino en su vaso.
Es un pendejo.
El viejo editor solo
movió la cabeza en señal de desaprobación y se acercó a su
escritorio a guardar el manuscrito para leerlo después.
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