Sabemos, por la experiencia de los años, que para que haya fuego se requiere combustible, una fuente de calor y oxígeno. También hay fuego si se encuentran dos personas, las apropiadas, en el momento y el lugar precisos. Pero existe también ese fuego que incendia el cielo. Lo vi hace un par de días. Sólo bastan unas nubes cubriendo parcialmente el horizonte, y el Sol acomodado casi como tirado en la horizontal. Y antes de ocultarse, como quien hace una maldad, como quien tira la piedra y esconde la mano, se pierde en el horizonte, incendiando las nubes con sus rayos laterales. Es un fuego que no quema. Es un fuego que no abrasa. Pero es fuego, a fin de cuentas. Un fuego vespertino, de presagio, de descanso, de término y de principio. Un fuego que no quema, pero igualmente, limpia, alumbra...y sana. Me gustan esas nubes incendiadas. Me recuerdan tu fuego, me recuerdan que incendiaste mi alma. La consumiste. Acaso ahora sólo sea cenizas.
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